sábado, 26 de septiembre de 2009

de tal palo tal astilla

La búsqueda del Tesoro
Hace algunos años, para un cumpleaños de María Inés, me ocupé de armar una búsqueda del tesoro. El juego es simple y, si está bien preparado, pueden tardar un buen rato en encontrar lo que están buscando. Para crear un poco más de confusión armé varias rutas alternativas. Una ruta más que los equipos que formaron para encontrar el tesoro.

Para buscar el tesoro debemos descifrar un acertijo. Este acertijo nos dice donde está la siguiente pista. Estas pistas pueden ser falsas, o ciertas, pero hay que entenderlas y después actuar: ubicar el lugar de la siguiente pista. Una vez que hemos llegado al sitio indicado debemos encontrar el papel con la pista e interpretarla, y reiniciar el proceso. Cuando hemos dado con la segunda consigna, la primera no sirve más.

Cuando hay varios caminos que conducen al mismo lugar no sirve ver que hace el grupo de al lado, ya que la consigna es distinta.


Analogías
Esto mismo, creo, ocurre en nuestra vida: no podemos avanzar con la siguiente consigna, si no hemos liberado a la primera. No podemos encontrar resultados en nuestras búsquedas por que no hemos cumplido con el ciclo que teníamos abierto anteriormente.

Entonces, muchos de nuestros logros se ven impedidos de dar frutos por que hay consignas de las que no nos hemos liberado.

Cuando somos chicos dependemos de nuestros padres para todo. Ellos nos proveen de alimento, abrigo, cuidan nuestro sueño y nos dan el amor que ellos conocieron. Nuestra posición frente a la vida, cuando infantes, es inocente. Todo puede ocurrir, pero nunca nada malo no ocurrirá. Cuando entramos en la adolescencia, empezamos a tener carencias y a darnos cuenta que no nos pueden proveer de todo lo que creíamos. Nos damos cuenta de sus limitaciones y nos sentimos huérfanos, abandonados.

Esta es una posición fácil, cómoda. Solo nos quejamos por lo que no tenemos y esperamos que venga alguien a socorrernos.

Iniciar el viaje
Todos estamos centrados en este rol, hasta que nos damos cuenta que solo nosotros podemos proveernos a nosotros mismos. Pasamos del arquetipo del inocente, donde todo está bien; al arquetipo del huérfano donde me merezco recibir todo lo que tengo.

Crecer significa explorar nuevos ambientes, nuevos horizontes, nuevas actitudes frente a la vida. Crecer significa moverse: migrar. Este paso es doloroso, pero necesario. El dolor no está tanto en salir a buscar nuestra nueva posición, ante la escasez de queso. El dolor está en decidir que, aquel sitio seguro, bien provisto; y al que nos hemos acostumbrado, nos queda chico.

Pero está claro que nos queda chico y, por lo tanto, quedarse es doloroso también. Quedarse significa rechazar las oportunidades de algo mejor, y administrar la pobreza que queda. La pobreza de nuestra falta de recursos materiales sería la menos grave. La pobreza de oportunidades a nuestro espíritu es mucho peor, con un mayor desconsuelo.

Soltar amarras no es cosa fácil. Para tirarse a la pileta hay que tener la visión de que vamos a un estado mejor. Debemos comprender que la seguridad de nuestro hogar es peor que la incertidumbre de nuestro viaje. La cama tibia, la ropa limpia, comida en el plato solo sirven para distraernos de nuestra búsqueda interior, y retenernos. Si pensamos en iniciar nuestra gesta debemos comprender que el banquete del otro lado es más abundante, y que la comodidad nos impide ver más allá del borde del muelle.

Emprender el viaje no solo requiere de determinación. Requiere del convencimiento de que esta etapa se ha cumplido y que detenernos solo demorará nuestra partida. Cuanto más tardemos en salir menos vamos a disfrutar del proceso del cambio. El cambio es necesario y es un aprendizaje en sí mismo. Ninguna partida es igual ni tiene los mismos desafíos. Solamente la nostalgia evoca en parte lo que hemos dejado atrás alguna vez.

Todos los viajes son distintos. En algunos aprovechamos experiencias vividas anteriormente. En otros, esas mismas experiencias, son una amarra más al puerto donde estamos anclados.

de Papá

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